La cera del oído, más que un simple residuo corporal, podría ser una revolución en el diagnóstico médico. Investigaciones recientes revelan que esta sustancia contiene compuestos únicos que podrían servir como marcadores tempranos para enfermedades metabólicas, neurológicas y oncológicas.
El cerumen, producido por glándulas ceruminosas y sebáceas, actúa como barrera protectora contra bacterias, hongos e insectos, además de lubricar el conducto auditivo. Sin embargo, su potencial va más allá: acumula compuestos orgánicos volátiles (COV) que reflejan procesos metabólicos internos, funcionando como un “archivo químico” del cuerpo.
Por ejemplo, estudios han identificado diferencias genéticas en el tipo de cerumen entre poblaciones. La variante húmeda predomina en personas de ascendencia europea o africana, mientras que la mayoría de los asiáticos tienen cerumen seco. Esta distinción está relacionada con el gen ABCC11, vinculado también al olor corporal. Curiosamente, investigaciones sugieren que mujeres con cerumen húmedo podrían tener mayor riesgo de ciertos tipos de cáncer, aunque este hallazgo sigue en debate.
Además, el cerumen ha demostrado ser útil para detectar enfermedades raras como la “enfermedad de orina con olor a jarabe de arce”, gracias a la presencia de compuestos específicos. También se han encontrado biomarcadores relacionados con la enfermedad de Ménière y distintos tipos de cáncer, lo que abre las puertas a diagnósticos más rápidos y precisos.
Inspirado en estas propiedades, científicos brasileños desarrollaron el “cerumenograma”, una técnica innovadora que analiza la composición química del cerumen para detectar enfermedades. Ya se utiliza en hospitales para monitorear pacientes oncológicos, y se trabaja en kits portátiles similares a pruebas caseras de covid-19.